Se afirma la guerra social
La guerra social como nueva etapa de la guerra revolucionaria. Los hechos de Villa Soldati son un punto de inflexión. Como en los 60, la dirigencia política se hace la distraída.
Por Carlos Manuel Acuña para el Informador Público
Por un momento estuvimos tentados de modificar el título por “Llegó la guerra social”. Pero desde hace mucho tiempo hemos hablado de este factor estratégico denominado guerra social, que es una nueva etapa de un conflicto que viene desde lejos y que ahora, de manera muy particular, crece en la Argentina. Algo parecido ocurrió en los 70, cuando nuestro país fue elegido como blanco principal por parte del terrorismo de ese entonces. El proceso actual tiene similitudes con aquél, pero dentro de un marco de otras características. Ya no existen el mundo bipolar ni la guerra fría que fueron los impulsores de la guerra revolucionaria armada. Hoy el conflicto es más de orden cultural aunque, como en los 70, busca modificar nuestra forma de vida, alterar los valores que la determinan y suprimir jerarquías y principios, para establecer un sistema de características colectivistas. Con un contenido adicional: el poder del narcotráfico en lo que todavía es una mala copia del drama que se vivió en Rio.
Las circunstancias también son diferentes, sobre todo porque quienes participan de este concepto revolucionario ejercen hoy el poder político de la república. Lo que sí es muy similar al pasado es que los políticos, en general, se mueven marginados de esta realidad y se hacen los distraídos. A la inversa, la propia presidente Cristina Fernández se abraza públicamente con figuras emblemáticas del negocio revolucionario como son Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto. Las dos, al actuar de esta manera, ratifican su interés por participar de los resultados políticos y económicos que genera esta situación. Lo ocurrido en Villa Soldati debe interpretarse como el inicio de esta etapa tan singular de la novedosa guerra revolucionaria que llega hasta la niñez, a inculcarle una visión trastocada de la historia y la realidad. Por ejemplo, el domingo pasado, en la revista de un importante matutino, se publicó un aviso promotor de la vida de Ernesto Guevara de la Serna. Asombrosamente se puede ver un libro para chicos que, en su tapa. lleva la foto del mito guerrillero, es decir, del Che. Se trata de una edición que pertenece a la enciclopedia de rebeldes; es decir que se propicia desde los primeros años que las nuevas generaciones sean activistas sin sentido pero sobre todo sin destino y descontrolados. Esto ocurre debajo de las narices de quienes dicen pertenecer a la dirigencia.
Los hechos de Villa Soldati responden en un todo a lo que dejamos dicho, pero también a la irresponsabilidad de las máximas figuras del oficialismo, interesadas en este caso en destruir las posibilidades políticas de Mauricio Macri, quien podría postularse para el mismo cargo que hoy ejerce, restándole votos al Frente para la Victoria. Esto que explicamos está en la mente de todos pero decirlo contribuye a aclarar una situación de la que el propio Macri parecería estar solamente enterado a medias. A partir de estos sucesos en el Parque Indoamericano, hasta la convivencia entre los argentinos será distinta y hay que tomar en serio las informaciones que anticipan más desordenes a partir del 20 de este mes e incluso en Nochebuena. Por eso no habría que asombrarse si se producen más disturbios, que podrían llegar a la ocupación de viviendas deshabitadas o transitoriamente deshabitadas en la Capital Federal, otros centros urbanos y lugares de veraneo. Los bolivianos y paraguayos que llegaron a la Argentina lo hicieron en una enorme mayoría de la mano del gobierno para hacer lo que hicieron y recibir a cambio sus correspondientes DNI que los acrediten para poder votar en las próximas elecciones. No hace mucho publicamos este dato en esta página, que no generó ninguna reacción. Es decir, algo parecido a cuando en los finales de los años 60 anticipamos lo que después se constituyó en una tragedia argentina. Las consecuencias las vivimos todavía gracias a la curiosa mentalidad del kirchnerismo y sus ansias de poder y riqueza. En verdad y en pocas palabras, presentarse hoy como progresista es nada más que un disfraz para hacer negocios y alcanzar fortuna personal.
Concurrentemente con este panorama lleno de certezas, omisiones y desconocimiento por parte de los protagonistas del proceso político institucional que se registra en el país, surge como un componente la virtual desaparición de la influencia y capacidad de convocatoria por parte de los partidos políticos. Esto abre y explica la abismal preocupación de quienes seguimos con detenimiento todas estas circunstancias que, además, tienen la fuerza suficiente para dejarnos un gusto amargo en la boca.
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